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lunes, 7 de noviembre de 2011

De amor y de sobra

El hombre que vivía en mi sombra me perseguía. Aunque solía verlo con flores, sombreros, collares de colores, peinados extravagantes, luces en lo ojos y sonrisa imborrable, a veces seguía mis pasos con mueca triste y rosas marchitas en el ojal. Cuando eso sucedía, yo me ponía a su lado (porque siempre iba dos pasos detrás), le daba unas palmadas en la espalda, le convidaba unas palabras de mi colección, le regalaba un beso silencioso, y al final me adelantaba los dos pasos de rigor.
Esa mañana El Hombre se despertó más tarde, y no me pudo encontrar en todo el camino. Sé que buscó por todas las calles del barrio, debajo de la cama, en la escuela primaria, adentro del kiosco, arriba de los semáforos, en el fondo de los bolsillos, en la esquina de la esquina, al borde de la vereda, en las ramas de los árboles. No me encontró, y sus rosas empezaron a marchitarse.
Aquel día me sentí tan libre como las mariposas cuando surcan la tarde. El peso de los pasos pasaron a un pozo. Yo reía y saltaba mientras El Hombre lloraba y me buscaba sin éxito.
Después de varios días separados, H dobló su ropa, guardó sus sombreros, cortó sus flores, y se fue. Yo volví a caminar a paso firme y tranquilo, sin mirar atrás. Nunca creí decirlo, pero lo difícil -después de todo-, es que ahora tengo que salir con paraguas.