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domingo, 19 de septiembre de 2010

Historias de un sueño y su dueño. (Parte dos)

Un mediodía medianamente común, Vera despidió a Pepe con un beso en la mejilla, dos boletos capicúas, tres palabras esdrújulas y un ramo de flores desde la puerta de entrada de su imaginación. Con el corazón en la mano y la tristeza en la piel, no le quedó más que dejar partir a su sueño amigo, su amigo-sueño, su mitad compuesta de partículas invisibles hechas de expectativas, viento, risas, aire liviano, brisa del atardecer, fantasías, perfume de mar y chispas de verano.
Tras el abrazo y el saludo profundo Pepe se calzó su sombrero y caminó sin mirar atrás, cabizbajo, con el beso aún fresco y las flores en el bolsillo.
Vera lo vio alejarse hasta que su sombra se diluyó en algún punto del horizonte. Entonces se secó las lágrimas de la despedida, dobló cuidadosamente un recuerdo de último momento en forma de carta, lo guardó en un frasquito de cristal y lo puso en el borde de la ventana, para verlo cada vez.
"Tal vez un sueño puede partir, pero siempre queda brillando la luz de lo que fue", había escrito Pepe en el papelito amarillento. Y así fue.

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