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miércoles, 22 de agosto de 2012

De amor y de alfombras

El martes se despertó casi fatigada. No es fácil descubrir que el cuerpo tiene un día más, y que las nubes que acechan a lo lejos pueden cumplir con su futuro de agua y viento, pensó. Sin embargo ella se estiró todavía con pereza, adivinó que ya era hora del desayuno y empezó la jornada sacudiéndose la modorra y suspirando bajito como para exorcizar el sueño. La casa era tibia y colorida: a ella le gustaban especialmente las cortinas y los pajaritos de tela que adornaban las ventanas. Tanto, que a veces se sentaba sólo a mirarlos o a jugar un rato con los ornamentos alados entre sus dedos. Había descubierto que si los movía con cuidado hacían un ruido agradable, y cada vez que pasaba junto a ellos le daba ganas de hamacarlos para que suelten su cantar. Miró hacia afuera y tras los vidrios no había nada nuevo. Los techos de las casas linderas seguían siendo grises, y hacían juego con el amanecer de nubes plomizas. Pero la rutina y las horas iguales le permitían tener ciertas certezas que hacían que su vida fuera tranquila y llana: en un rato él iba a pasar a buscarla, más tarde almorzarían juntos, y después cada uno haría sus cosas hasta que la tarde los volviera a reunir. Aunque en el último tiempo había conocido lugares lejanos y vivido sensaciones nuevas, ella siempre quería volver a esa nueva casa, que la abrigaba y la reencontraba con él. Al final del día, ellos se reunían puntuales a los pies de la escalera y desandaban el camino de vuelta a casa; ahí, regocijados de placer de estar juntos otra vez, se despedían de la rutina y se dejaban ser. Entonces de a poco, con menos timidez que ansiedad, se tiraban al piso y jugaban con bolsas e hilos de lana, porque eso es lo que hacen todos los gatos del mundo, sea martes o jueves.

1 comentario:

  1. pero pero... y eso que ibas a escribir todos los dias??? que paso???

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